La hermandad suele ser nuestra primera escuela de vida social. Antes incluso que los amigos, los colegas o las parejas, son los hermanos quienes nos enseñan a manejar los conflictos, negociar la atención y formar nuestra identidad en relación con los demás. Sin embargo, estas relaciones, a menudo ignoradas por la psicología, juegan un papel fundamental en nuestro equilibrio emocional.

En el libro Hermanos y hermanas, ¿amigos o rivales? de Lewis Verdun, el lector descubre cómo las dinámicas entre hermanos influyen en nuestro desarrollo emocional, conductual e incluso físico. En este artículo abordamos un tema relacionado: cómo las relaciones fraternales afectan la salud mental, un aspecto aún poco tratado en la crianza y la educación.

La fratría: un espejo emocional desde la infancia

Las relaciones entre hermanos son un laboratorio emocional permanente. Ya sean afectuosas o conflictivas, construyen la autoestima, la expresión emocional y la tolerancia a la frustración. Muchos psicólogos coinciden en que estas relaciones pueden ser más determinantes que las parentales en el desarrollo socioemocional.

Desde muy pequeños, convivir con un hermano obliga a negociar espacio, atención y normas. Esta convivencia puede ser fuente de apoyo o de tensiones. Según Verdun, basándose en estudios recientes (2024–2025), cerca de un tercio de los niños sufre violencia entre hermanos, un fenómeno a menudo ignorado por los adultos.

Pero la hermandad también puede proteger: cuando se basa en el apoyo mutuo, fortalece la resiliencia emocional, reduce la depresión y mejora los hábitos saludables, especialmente en la adolescencia.

Orden de nacimiento y diferencia de edad: factores olvidados

El libro destaca el impacto del orden de nacimiento y la diferencia de edad en la personalidad. No es lo mismo ser el mayor, el del medio o el menor: cada rol influye en la forma de relacionarse con los demás y con la autoridad.

El primogénito suele ser más responsable, pero también más exigente o controlador. El segundo puede tender a diferenciarse o rebelarse. El menor vive en un ambiente más relajado, pero corre el riesgo de quedar invisibilizado.

La edad también importa: si la diferencia es corta, aumentan los conflictos. Con una distancia mayor, pueden crearse relaciones complementarias o vacíos emocionales.

Cuando la tensión fraternal daña la salud mental

Las discusiones entre hermanos son normales, pero si no se resuelven, pueden generar malestar emocional: ansiedad, retraimiento, trastornos alimentarios o agresividad.

El concepto de "dilución de los recursos parentales" ayuda a entender este fenómeno: en familias numerosas, el tiempo y la atención se reparten entre varios hijos, lo que puede generar desigualdad y conflictos.

Por ello, es clave distinguir entre rivalidad, conflicto constructivo y agresión. No todo conflicto es negativo: bien gestionado, puede ser una vía para el desarrollo personal.

Fomentar una armonía duradera entre hermanos: claves prácticas

El valor del libro está también en sus propuestas concretas. Verdun ofrece estrategias claras para convertir la rivalidad en apoyo mutuo:

Peleas frecuentes: indican necesidad de atención individual. Proporcionar espacios exclusivos para cada hijo.

Sensación de injusticia: evitar comparaciones. Valorar la singularidad de cada uno.

Aislamiento: fomentar la expresión emocional en el hogar.

Agresividad: intervenir pronto y establecer límites claros.

Celos hacia un hermano con necesidades especiales: promover la empatía y las actividades compartidas.

Las relaciones fraternales no son un simple recuerdo de la infancia. Influyen en nuestra salud mental, nuestro carácter y nuestra forma de relacionarnos. Por eso deben ser reconocidas como una pieza clave del bienestar familiar.

En Hermanos y hermanas, ¿amigos o rivales?, Lewis Verdun ofrece una guía profunda y accesible para comprender y fortalecer estos vínculos esenciales. Una lectura imprescindible para todas las familias.

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